Es lo que tiene el azar. Impredecible, confuso, de justicia
dudosa, pues las acciones que lleva a cabo no siempre nos parecen acertadas. Es
lo que tiene vivir en esta vida, que lo hacemos sujetos a este ente invisible
que domina el universo, pues todo es azar, nada escapa de su lazo.
Por suerte, esta vez me ha sonreído su cara dulce, la parte
bondadosa. Caminando mí camino, perdido entre tanta duda, él la puso en mi
camino. No sabía quién era, más allá de una pequeña foto que pude sacar. Ella
se me presentó como una gominola, un ser dulce, pequeño y que siempre consigue
sorprenderte. Desde el primer día ella me dijo “No te vayas, por favor” y justo
ahí fue cuando comprendí que no podría resistirme a las palabras de algo tan
dulce.
Los días se siguieron sucediendo en una serie interminable,
cada uno más duro que el anterior, más insoportable. Por suerte, una buena
gominola jamás abandona su petición. De nuevo ella apareció en mi camino, esta
vez para quedarse. Sus ojos me hechizaban y su boca me obligaba a responder
preguntas cuya respuesta no tenía claro de haberlas intentado responder en el
pasado. Hice una promesa con ella, una promesa fácil de cumplir, tan solo debía
vender mi alma a cambio de sus abrazos, algo que sinceramente me pareció una
ganga y que solo me quedó aceptar.
Una sonrisa, un abrazo, una historia antes del alba, un par
de canciones, un aroma irresistible. Ella supo descubrir los ingredientes de la
poción que me llevaría por el camino de la perdición. Mi mente quedo anulada y
mi corazón cogió la fuerza de un gigante. Mi único objetivo era seguir por el
mismo camino que aquella chica, y no me importaban las consecuencias, tan solo
la meta. Pero aun había algo que me alejaba de ella, había unas cadenas que no
me permitían acercarme a ella. Eran mis principios los que me retenían, y con
trampas me intentaban llevar por el único camino “posible”. Mi cuerpo era el
epicentro de una guerra civil entre mi cerebro anulado y mi corazón en
rebeldía.
Una luz me cegó enseguida, una luz blanca como un rayo en
medio de una tormenta. Era una señal, era la luz que guía a las luciérnagas
hacia su destino. Tenía que seguir esa luz. Cegado y perdido poco después
llegue a una especie de bosque, un claro más concretamente desde el que se
podían ver las estrellas. Una voz sonaba en mi cabeza, cantando una dulce
canción, una historia de amor. Algo me cogió de las manos, se pegó a mi cintura
y me impulso a bailar un lento baile. Cerré mis ojos y abrí mi corazón a mundo
de fantasía, a un universo inmenso de emociones. Sus brazos se cernieron
alrededor de mi cuello y nuestros ojos se enfrentaron en un duelo que no sabría
decir cuánto duró. Eran sus ojos. Ojos de hechicera que me sumieron en el más
maravilloso de los sueños. La quería y quería que permaneciese siendo la guía
de mi camino. Quería que nuestros labios discutieran largo y tendido y
abrazarla tan fuerte que no pudiera ni quisiera soltarse. Pero aun tenía unas
cadenas.
Mi rumbo estaba marcado, en la rosa de los vientos había
apuntada una dirección, justo al centro de su corazón. Era mi destino y ni un
millar de Dioses serian capaz de impedirme cumplirlo.
Algún tiempo más tarde, aquel sueño, recuerdo o delirio
volvió a repetirse. Era un sitio diferente, ella iba ataviada con otras ropas,
los grillos también sonaban diferentes, pero la esencia de aquel momento
permanecía ahí. De nuevo nuestras palabras hacían crecer un mundo de fantasía
más allá de las estrellas. Hasta que nuestras palabras fueron acalladas por una
sucesión de besos por todo nuestro rostro hasta que al final acabaron apenas rozándose.
Mi cerebro había desaparecido hace ya tiempo, tan solo quedaba un latido
acelerado y un resquicio de aquellos labios sobre los míos. El tiempo pasó tan
deprisa que apenas recobre la cordura me encontré andando de nuevo hacia mi
cama solo, pero con la sonrisa más grande que había tenido en mucho tiempo.
Aquella noche la pasé soñando con todo lo maravilloso que se
estaba volviendo mi mundo desde que aquella persona se introdujo en mi vida, y
aun ni siquiera sabía lo que ocurriría al día siguiente.
Después de toda una tarde en busca de aquella sonrisa que me
perdía por donde quisiese que fuera, después de haber sentido sus brazos
alrededor de mi cuando algo la asustó, lejos, muy lejos, en algún banco perdido
de la mano de Dios, aquel beso fugaz del día anterior se convirtió en fuego, en
una explosión magna de besos apasionados, en terremotos producidos por los
latidos de nuestros corazones. Ella también era humana, pues sentía su corazón
golpeando mi pecho al mismo tiempo que el mío le correspondía. Con aquellos
besos, tendí mi mano y ella puso la suya encima. Quería caminar su camino junto
a mí, tal como yo quería hacerlo con ella.
Se cuando el azar interviene por alguien, cuando su vida
comienza a ser peor o mejor en mi caso. Sé que el azar creó en el firmamento
una estrella que la hizo llegar desde muy lejos. Una estrella que ahora observa
nuestra particular historia de amor, que nos ve pedir deseos a una estrella
fugaz y besarnos apasionadamente bajo las lágrimas de San Lorenzo, abrazarnos
cuando los fuegos artificiales se vuelven violentos. También nos ve en nuestros
papeles de Princesa de las Gominolas y Príncipe del viento, viviendo aventuras
a través del portal de los sueños.
Ahora, ambos caminamos por el mismo camino, cogidos de la mano. Ahora, ambos caminamos un camino bajo la misma estrella…